10 de marzo de 2006

Vaciado al vacío

Es como en un tren a un destino desconocido, en donde la luz de un atardecer ardiente va consumiendo de forma vaga e inútil la sombra cándida de lo íntimo, del calor que se siente cuando ya no hay calor, el rastro reminiscente de la luz extinta. Y mientras el vagón va dando suaves y aleatorios saltitos, que dibujan sonrisas por lo absurdo. El tono apagado que da la penumbra del inicio de la noche, justo antes de anochecer lo que tampoco es atardecer, es en ese momento justo donde no hay momento, sucede algo; el vacío que Nada lo llena se convierte en una cálida ausencia, que hace que el hueco se convierta en algo insoportablemente cálido. Y es entonces cuando suspiras y se contempla el vacío que también rodea la realidad, y deducir que el tren se hace en ti, iluminado por una tenue luz naranja se acerca a tu rostro dejando ver las lágrimas que por tristeza, por emoción de un vacío tan bello, porque no quieres que se rompa la perfecta estructura de sentimientos que genera un conglomerado perfecto de sentimientos humanos, y lloras de emoción porque te convertiste en creador de algo tan bonito, de algo que se alimenta de una cadencia del espíritu. Y al bajar del tren, donde sus paradas son aleatorias, se descubre ante ti una tarde de verano; una noche de verano; una tenue luz de verano. El verano de la soledad.

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