14 de febrero de 2008

Ensayo: Palabras en soledad

En momentos inestables, cuando todo deja de funcionar, cuando el ánimo decae; las palabras se tornan cobijo de nuestros miedos, en reflejo de nuestros pesares. Hacen frente a lo que no podemos combatir por debilidad o impotencia, son ellas las que habiendo nacido por la necesidad de comunicarse con otros saltan a nuestro auxilio blandiendo como espada sus más bellas formas escudadas con nuestros sentimientos, en muchas ocasiones, oscuros. Ciñendo ropajes antiguos que a muchos extrañará y a otros tantos impresionarán despertando pasiones y respeto. Son las palabras las que nos cuidan cuando algo no va bien; las que nos dan ánimos, las que dan amor, las que nos empujan hacia el valor. Valor para poder hacer frente a la soledad del camino por recorrer. Valor para ser capaz de tomar un curso distinto o para no rendirse. Y en verdad, las palabras, hermanas de voz, grito y eco, que son tan antiguas como el hombre, aparecieron para hacer frente a la soledad. A la soledad de la noche que acentúa con su negrura en la desértica vastedad que nos rodea. A la soledad que el cómplice produce por su ausencia. Por la ausencia. Palabras que luchan por llenar esa ausencia, por… sosegar el alma turbada. A fin de cuentas, cuando cae el día y brota la noche surgiendo de sus tallos tinieblas, blandimos palabras contra lo desconocido, contra nuestros monstruos interiores que no son más que imágenes nuestras disfrazadas y en terribles contextos. Y es con palabras con que procuramos conjurar hechizos vulgares para exorcizar nuestros peores pensamientos, creyendo firmemente que transcribiéndolos, exteriorizándolos: los destruiremos. Resulta curioso cómo tan sólo somos capaces de soltar las palabras adecuadas cuando ya no es adecuado, vigorizando aún más a los demonios que se alimentan de nuestras congojas y temores, arrojando las palabras, aún más, hacia el abismo de nuestra realidad.

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