21 de octubre de 2010

Para tocar el cielo


Ahí estaba en mi camino, yo no la busqué. Ella me encontró. Giré la esquina y me sorprendió. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Las puertas del cielo bajo mis pies y yo iba a ignorarlo?
Me estaba retando burlonamente. Yo aquí, y el cielo tan cerca… Todo a mí alrededor seguía como si mi duelo no estuviera sucediendo. La gente iba y venía del mercado, otros entraban o salían a los bares a desayunar, unos pocos callaban mientras todos los demás hablaban… Y yo ahí petrificado ante la oportunidad. ¿Qué hacer? La ansiedad me invadía en forma de sudor frío. Nadie a mí alrededor lo podía ver. ¿Acaso estarían ciegos?

Ante mí, DIOS. Ante él, YO.

Finalmente, desconcertado me agaché a por una piedra. Suspiré pensando en que no podía pasar nada malo si volvía a jugar después de tanto tiempo. Era sencillo, debía lanzar la piedra por orden numérico recogiéndola mientras me sostenía sobre una sola pierna, podía hacerlo.
Me enfrenté al poderoso cincuenta y cinco (1+2+3+4+5+6+7+8+9+10), y le insulté tirándole una piedra: “Yo no te temo”.

1, es fácil.
2, ya lo había hecho antes, lo recuerdo porque me caí pero antes me llevé su beso.
3, lo tenía, estaba sobre mis dos piernas, firme.
4, todo se ponía interesante, aunque seguía siendo fácil.
Una sonrisa se me dibujó en la cara.
5, cuando te fuiste; 6, cuando me fui de casa; 7, cuando me dejaste sólo en la nada de la que trato de salir…; 8,cuando volví a fracasar…; 9, lo conseguí… te he olvidado.

Fui y volví, fui y volví, fui y volví, así como tres pares de veces más. Estaba cansado. Extrañamente nervioso. Atiné la puntería. Lancé. La piedrita cayó con levedad. Cayó con fuerza en pleno 10 y acto seguido saltó hacia atrás, hacia el límite, como queriéndose aferrar al 9… Se quedó en diez. Inicié mi viaje final. Por fin. Fui uno y dos, luego tres, y nuevamente cuatro y cinco, pasé por seis, descansé en siete y ocho, nueve…

10, toqué el cielo.

Recogí la piedra y volví a la tierra. Giré en nueve, fui ocho y siete, luego seis, me despedí de cinco y cuatro, pasé por tres, descansé en dos y uno…

Al tocar tierra esta se abrió y caí. Era caída libre, sentía el viento de mi gravedad en todo el cuerpo, mi corazón estaba disparado. Estaba con las nubes en el cielo, estaba con los aviones, estaba con los pájaros, estaba con las montañas, estaba con los rascacielos, estaba con las copas de los árboles. De repente, estaba otra vez con el suelo… Me había mordido un labio con la caída. Me levanté, me sacudí, me limpié la sangre de mi labio y cuando solté la piedra, que aún tenía en mi puño, me sentí más liviano como si me liberara de una gran carga. Al tocar el suelo la piedra hizo un ruido demasiado exagerado para su tamaño. Miré por última vez la Rayuela en lo que volvía caminar. Cuando terminé de voltear la cabeza sentí ver que una parte de mí aún seguía estampada sobre el pavimento.