1 de mayo de 2011

Un-no-alguien

Aquel día, no era sin duda el suyo. Ese día él era un-no-alguien. Ser un-no-alguien implica muchas cosas, pero por encima de todas conlleva una amarga soledad. Sentirse solo con todo el mundo, rodeado de gente pero como si tus actos y sentimientos fueran irrelevantes. Ernesto entonces hizo lo que mejor supo y podía hacer, que era dejar de ser alguien para ser un-no-alguien, pretender ser el mejor que hubiera existido, aunque claro que de eso no hay testimonio ya que nadie se fija en esas cosas. Ese día Ernesto vivió cinco malas noticias. Cabe decir de Ernesto que es un tipo por lo general retraído y algo callado, pero que le gusta compartir pensamientos sin esperar empatía, tan sólo provocar una respuesta. La primera mala noticia se la quiso guardar para sí, era la típica, ese día amaneció con sentimiento de melancolía y nostalgia, no era la primera vez que le pasaba pero nunca se terminaba de acostumbrar, no obstante, como ya sabía lo que le sucedía decidió no compartirlo con nadie. La segunda noticia fue desagradable, fue asaltado saliendo del metro por un tipo con pintas de pocos amigos, Ernesto es muy poca cosa, por suerte sólo le quitó el dinero y le dejó conservar sus pertenencias. Esa la compartió en alguna red social, de las tantas que tiene nuestro protagonista, esperando hacer brotar alguna reacción de consternación o tal vez de ira. Pero el silencio fue la única respuesta. Ello hizo que su apatía se agudizara con el paso de las horas. Ya al mediodía, en la universidad se sentó en el aula, por lo general se sienta junto a su novia pero a esta le había surgido una posibilidad de beca en el extranjero y había ido a ojear su oportunidad, creo que nunca la había extrañado tanto como en ese día. Puede que lo que le sucedía a Ernesto era un día de mala suerte pues tuvo un examen sorpresa que por ser el último en entregar fue evaluado en el acto y reprobado poco después. Durante la hora de la comida su rostro se iba oscureciendo poco a poco. Prefirió, dado que nadie se le acercaba ni hacía el amago de mostrar simpatía, comer solo bajo la sombra de un árbol del campus. Sacó su portátil y se hizo, nuevamente, el tour por sus redes sociales; nadie había hecho comentario alguno de ninguna de sus desdichas. No sabía si estar molesto o no. Si quería comprensión sólo tenía que hablar a alguien y pedirla, pero no, Ernesto no, él era orgulloso y no le gustaba reconocer su necesidad de empatía. Comió en silencio y con cierta prisa para llegar a su trabajo en hora. Llegó tarde. Estaba realizando unas prácticas en un bufete de abogados en el centro. Era el tercer día y todos le ignoraban. Tan sólo correteaba a quien era su responsable para demandarle algún quehacer. A las horas le llamó el director del bufete y le notificó que si quería podía seguir trabajando con ellos, mas que no contara con su ayuda económica acordada previamente. A Ernesto le volvió a cambiar la cara pero procuró mantenerse sereno. Dijo que debía pensarlo. Regresando a casa recibió varias llamadas telefónicas, eso pudo en inicio ser reconfortante, si no fuera porque eran favores sin un "cómo estás" acompañado, que de seguro Ernesto hubiera vomitado lo que llevaba dentro, sin embargo no le preguntaron y él se lo guardó todo.
Ya en casa, no quiso hablar con nadie, se fue a la habitación y se encerró. Quería matar al dichoso día que lo traía por la calle de la amargura, pero era temprano por lo que, una vez más, recorrió redes sociales y correo. De entre todo lo que había, spam, propaganda, redes sociales,..., destacó el correo de Ana, su novia. Una sonrisa se le dibujó en el rostro y si apresuró en hacer clic. La cara se desconfiguraba al ritmo en que sus ojos iban saltando de renglón. No comprendía nada, de hecho llevaba todo el día sin comprender nada. Ana estaba rompiendo con él. Llamó a su mejor amigo, obviamente su parquedad ya no pudo con tanto. Arturo le respondió, como siempre en tono de confianza y burlón. Pero sólo fue para hacerle la broma, pues estaba con una chica y le pidió que le aguantara que al rato le devolvía la llamada. Cortó. Se estiró boca arriba en la cama. Pasaban los minutos y las horas y Arturo no llamaba, tampoco sus padres o hermanas se dignaron a tocar a su puerta para saber si todo estaba bien. Fue justo entonces cuando se dio cuenta que hoy era un-no-alguien, y se dejó llevar al olvido. Y se durmió.