14 de julio de 2016

La peziña, o cómo no ceder a otras tropicofilias

Peziña A.K.A. Pinipple
Morena..., te voy a contar sobre el fruto más extraño que jamás he visto. Es raro, tan raro que no lo ha visto nadie nunca. Me paro por un instante y pienso que ya es una obsesión. De él dicen que no tiene forma definida, o color concreto, o sabor específico. Que aquel quien lo viera, sería su alma y corazón quien definiera su forma e imperfecciones. No lo buscas. No se encuentra. Simplemente, éste se aparece ante ti, sin razón aparente, sin desearlo por ninguna de las dos partes. Simplemente sucede. Y así fue.

Era verano, casi las cuatro de la mañana. Me despertó un terrible calor, propia de la época. Me enderecé en la cama pese a no ser capaz de ver nada en la profunda oscuridad, mis ojos aún no despertaban y todavía no eran capaces de discernir entre sueño y realidad. Viendo el mundo en una borrosa penumbra, lo vi. Afirmaré que en un principio no sé lo que vi, sólo algo que no debía de estar ahí. Lo supe, pues aunque tenue, irradiaba un leve resplandor y mucho calor. Tenía ante mí, la razón de mi despertar. Tras pocos segundos después mis ojos comenzaron a enfocar torpemente. Y aquella forma confusa tomó identidad. Era una piña, como nunca antes hubiera visto. Miré con desconfianza. Cuál fuera para mi sorpresa que cuando mi vista, finalmente, reaccionara iba a entender qué tenía ante mí semejante fruto.

Era ena piña que no era una piña. Sus hojas no eran hojas si no pelo verdoso irreal. Y el cuerpo no se veía aaspero como cabe esperarse, en su lugar habían suaves, firmes y diminutos pechos livianos dando forma a la fruta. No supe como reaccionar y finalmente saqué coraje para tocarlo. Suave terciopelo. Un escalofrío. Deseo. Alejé mi mano sobresaltado. esa sensación se quedó impregnada en mi mente de una forma más viva que en el mismo momento que tuve contacto. Las ansias me invadieron incontenible. Parpadeé y me abalancé sobre la fruta. Era lo más suave y fresco que jamás hubiese palpado. Tan sólo su tacto me producía placer irrefrenable. Incontenible, empecé a besar los pequeños pecho mientras con mis dedos arremolinaba las hojas que eran pelo que eran hojas. En ese instante, siendo consciente de mi imbatible arrebato, me supe haciéndole el amor al fruto desconocido.

Empecé a llorar, quería parar, pero no sabía cómo. No sabia porqué. Y mucho menos, sabia si debía...  Me dejé ir. Me solté. En aquella pegajosa y oscura habitación, desaté toda mi humanidad y con nadie fue compartido. Nunca me sentí tan vivo. Tan deseado. Tan necesitado. Tan amado. Así que sí, hice el amor con aquello que era una piña que eran pechos pero que no eran una piña. En la base había un orificio por el cual emanaba una líquida savia. Y pese a que me avergüenzo de lo que hice... volvería a hacerlo.

El desenfreno llevó la noche y la mañana trajo la resaca. Cuando desperté todas mis sábanas estaban empapadas. No había ni rastro de aquel maravilloso fruto. En la memoria de mis manos aún estaba su tacto. No supe con certeza si fue real o un mero sueño. Sólo la certeza de que ya nunca más volvería tener ese vacío en mi interior que me despertaba cada madrugada pidiendo ser llenado.





12 de julio de 2016

¡Despierta!

Tropical Rorschach

El calor es sofocante. Las gotas le resbalaban por el rostro ardiendo en cada surco. Jadea torpemente y cada aliento entumece aún más su boca. La sombra se mueve a cámara rápida, fugaz y quebradiza. El ocaso ha llegado y con él los aliados de la sombra. La jungla ahora se cierne tenebrosa. Con torpeza avanza abriéndose paso, con el machete oxidado, sin hacerlo descender demasiado intentando no bajar la guardia. Se sabe acechado.

La humedad es tan elevada que jadea toscamente mientras rías de sudor se desbordan sobre su árida geografía. Su cuerpo es un océano tropical. Siente su cuerpo ultrajado por los mosquitos, hoy él es el banquete.

Sigue avanzando sin pausa, su corazón bombea desesperado. Para. La sombra no lo hace. Le ha atrapado.

Todo es de un azul oscuro casi negro. Sigue jadeando, no sabe dónde se encuentra. No la ve, pero sabe que la sombra está frente a él. Le susurra incomprensiblemente. Tras la sombra comienzan a surgir una serie de formas rosadas. Se deja llevar por ellas, se pierde en aquellas formas orgánicas. La sombra apenas se la escucha, es ya casi imperceptible. La forma lo invade todo, y él se deja invadir.

“Despierta”, se oye en lengua indígena. “Despierta”.

9 de julio de 2016

Ójoro volando


Me gusta pensar que los ójoros son como a Cortázar sus cronopios, salvando las genialidades que nos separan. Si bien sé que no es la primera vez que los presento y hablo de ellos, sí me gustaría explicar su origen.

Corría el año 2008 cuando... No, mejor no voy a empezar así, aunque la fecha sea correcta. Creo que nacieron cuando yo me empecé a tomar en serio esto de la ilustración. Yo formaba parte de un increíble posgrado de ilustración, en donde no pude haber tenido mejores compañeros. Fruto de esa empatía/compañerismo/amistad se creó un colectivo (ahora ya aletargado): Colectivo i.

Se nos ocurrió que la "i", que no era por otra cosa que por la palabra Iniciativa, fuera el símbolo. Y no sé porqué, a modo de guiño o simplemente porque sí, hice que el pundo de la "i" fuera un ojo que más tarde tomaría vida y le saldrían alas, y se convertirían en mis estimados ójoros... Todo parecía que se iba a quedar en eso, en una creación puntual, pero ellos se revelaron contra mí (algo habitual en mis ilustraciones) y se quedaron conmigo. A veces me argumentan que conmigo están bien, que los cuido y consiento, que mis chistes sin gracia les gustan. Y aquí siguen y creo que seguirán por mucho tiempo.

Me pregunto cuanto tardarán en llegar mis equivalentes famas de Cortázar. Bueno, ya llegarán, yo no tengo prisa.



Sobre este vídeo:
Título: Volando ójoros (Flying eyirds)
Reparto: Las manos de Fhil Navarro.
BSO: Teen Kanya / Satyajit Ray
Productora: Fhiliberto Films
Duración: 1:25
Año: 2016

8 de julio de 2016

La bala llamada nada

Me gustaría decirte muchas cosas, por ejemplo, que estas líneas son por ti, para ti. Que esta es nuestra forma secreta de hablarnos, de decirnos cuánto nos extrañamos. Cada renglón es un escalón que nos pone a la altura para vernos de frente. Que cada contexto escrito es un recuerdo pasado de una falsa ficción que encubre lo que fuimos. Decirte quizá que nada sucedió como fue. Que pudimos salvarnos pero fallaste el rescate. Me gustaría decirte que te echo de menos y muchas otras cosas más. 

Pero no lo diré. Tampoco te diré que estaré ahí para acariciar tu pelo mientras duermes sobre mi regazo. Ni que eres tú quien inspiras mis historias mientras sueñas a la par que yo despierto sobre el papel en blanco. Que voy a estar ahí cuando haga falta. Que mi abrazo jamás se romperá. Que mi calor no se enfriará. Que recorreré tu cuerpo con mi lápiz creando las formas que solo tu cuerpo tiene... 

No te puedo decir nada. Nada es lo que queda para mí. El mundo vive de segundas oportunidades; a mí sólo se me permitió una. No te diré nada más. Nada que no se haya dicho con anterioridad. No te diré nada porque nada es la bala que me queda.