30 de agosto de 2019

Líder

Hoy leí: Un gran líder se hace, no se nace.

Me imaginé a un cuarzo pretendiendo ser diamante. Esforzándose para tener la misma forma. El mismo tono de un diamante. Luego cambié a una magnetita y pensé en lo mismo. Perfilando sus contornos, torneando sus reflejos. Finalmente vislumbré una obsidiana, azabache, espesa como la noche, presionándose a sí misma, forzando una metamorfosis que no llegaría nunca.

El carbón, es humilde desde la cuna. Este posee el talento innato. Sin ser consciente, es un mineral menor capaz de aportar calor a un hogar. El don de escribir el futuro sin influirlo ni manipularlo; y la virtud de ser energía que impulsa a los demás hacia adelante; y en la dirección correcta, es capaz de convertirse en la piedra preciosa que es el diamante.

Pero para todo esto ha de nacer con el talento, con la cualidad, con la virtud, con la inocencia y con la ignorancia para aceptar que se nace lo que se nace y luego se pule acorde a lo que da de sí.

No me imagino a una piedra vulgar, sin las cualidades necesarias, insuflando energía para impulsar o calentarse para generar calidez, y mucho menos soportando la presión que la descubrirá como lo que realmente es: una piedra corriente. Porque conocer el camino y los procesos no le hace carbón y a larga la presión la destrozará y para eso no hay arreglo...

No, los líderes nacen, no se hacen, se pulen; para brillar, más que los demás (en todo caso).

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