14 de febrero de 2008

Eseuve 2/2
Belerofonte

Alzó la vista, en la calle transitaban lenguas foráneas y olores variopintos; a veces dulces, a veces duros. Arropado en su gabardina cabizbajo pasando discretamente por entre una multitud ensimismada por la explosión de color de flores y luminiscentes. Megáfonos azorando la quietud del monótono bullicio. Parejas abalanzándose ante él de forma sincronizada como si de un musical se tratara. A su paso vendedores ambulantes le lanzaban pétalos de flores, vociferándole estandartes del amor. Señoritas sobremaquilladas se le arrimaban invadiéndole y embadurnándole con su aroma tóxico. Jóvenes reposteras con labios pintados de chocolate se atrevieron a besarle mientras que, sin detenerse un momento, pasteleros engalanados con esmóquines de chocolate negro y pajarita de chocolate blanco le ofrecían incómodamente sus deliciosos bombones. Avanzó sin reparar en ellos, ni tan siquiera se lamió o limpió los dulces besos recibidos. Avanzó hasta que unas rosas le devoraron la cara. Se detuvo. Brusco. Todos seguían moviéndose a su alrededor, continuaba lloviendo pétalos, las bandejas le envolvían y el tipo que le hizo tragar las flores se asomaba sonriente sobre el jardín ambulante. Las reposteras se le empezaban a arrimar. Alzó los brazos y mandó al suelto al tipo impertinente de las flores. El hechizo se rompió y todos salieron espantados.
Él siguió su camino.

Eseuve 1/2

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.

Cancionero y romancero de ausencias
Miguel Hernández

Ensayo: Palabras en soledad

En momentos inestables, cuando todo deja de funcionar, cuando el ánimo decae; las palabras se tornan cobijo de nuestros miedos, en reflejo de nuestros pesares. Hacen frente a lo que no podemos combatir por debilidad o impotencia, son ellas las que habiendo nacido por la necesidad de comunicarse con otros saltan a nuestro auxilio blandiendo como espada sus más bellas formas escudadas con nuestros sentimientos, en muchas ocasiones, oscuros. Ciñendo ropajes antiguos que a muchos extrañará y a otros tantos impresionarán despertando pasiones y respeto. Son las palabras las que nos cuidan cuando algo no va bien; las que nos dan ánimos, las que dan amor, las que nos empujan hacia el valor. Valor para poder hacer frente a la soledad del camino por recorrer. Valor para ser capaz de tomar un curso distinto o para no rendirse. Y en verdad, las palabras, hermanas de voz, grito y eco, que son tan antiguas como el hombre, aparecieron para hacer frente a la soledad. A la soledad de la noche que acentúa con su negrura en la desértica vastedad que nos rodea. A la soledad que el cómplice produce por su ausencia. Por la ausencia. Palabras que luchan por llenar esa ausencia, por… sosegar el alma turbada. A fin de cuentas, cuando cae el día y brota la noche surgiendo de sus tallos tinieblas, blandimos palabras contra lo desconocido, contra nuestros monstruos interiores que no son más que imágenes nuestras disfrazadas y en terribles contextos. Y es con palabras con que procuramos conjurar hechizos vulgares para exorcizar nuestros peores pensamientos, creyendo firmemente que transcribiéndolos, exteriorizándolos: los destruiremos. Resulta curioso cómo tan sólo somos capaces de soltar las palabras adecuadas cuando ya no es adecuado, vigorizando aún más a los demonios que se alimentan de nuestras congojas y temores, arrojando las palabras, aún más, hacia el abismo de nuestra realidad.

13 de febrero de 2008

9 de febrero de 2008

¡Ay! Palomita te vas...


¿A donde irás? ¿A donde irás?