Ruperta, la exploradora
Sobre ella cargaba el peso de millones de seres inexistentes de una promesa dorada. Era, o es, el futuro que debía de seguir al fiel linaje. Pero no lo quería. Por lo que aquel día la dinastía sucumbió a los tiempos en pro de la libertad…
Ruperta, a las tres semanas de nacer supo toda la verdad, que había nacido para explorar. A los dos meses eran todos extraños y no podía continuar... A los cinco meses rompió con todo y descubrió por qué podía volar. A los nueve meses la muerte nació en su cuna y el futuro abortó quedando sólo pasado.
Ruperta, exploradora inquieta era una genocida inconsciente e ignorante. Siempre izó con orgullo el estandarte en pro de la soledad ante las ataduras. Y el mundo se hizo tan pequeño entonces que vio todo. El mundo era un aleph para ella, libre podía recorrer a su voluntad cualquier rincón, cualquier evento, tal era su libertad que vio cómo cansados pescadores hilaban sus redes de mariposa, o cómo maravillada por la cooperación familiar se creaban babélicas arquitecturas naturales de abejas o termitas, el eclosionar de millones de vidas en una celebración de larvas, la muerte de la vida en verano y el renacer tras la muerte en el invierno, conoció el ciclo de la muerte que empieza por el más grande que muere primero por culpa del más pequeño… Y tras un largo viaje por los rincones que ni el hombre es capaz de imaginar sólo había una cosa que saciara su curiosidad: el hogar, aquel lugar donde se regresa a descansar con aquellos, que aunque no se demuestre en muchas ocasiones, amamos.
Fue entonces cuando realmente conoció a la verdadera muerte. Ella era la muerte. Vio desolación. Austeridad. Vacío… Y nuevamente, muerte. Entonces conmocionada, supo que se avecinaba un nuevo mundo por explorar. Exhausta y por mucho ya olvidada, se dejó caer vencida sobre sus seis patas. Y yéndose ya las últimas luces… se acaba su función.
Ruperta, a las tres semanas de nacer supo toda la verdad, que había nacido para explorar. A los dos meses eran todos extraños y no podía continuar... A los cinco meses rompió con todo y descubrió por qué podía volar. A los nueve meses la muerte nació en su cuna y el futuro abortó quedando sólo pasado.
Ruperta, exploradora inquieta era una genocida inconsciente e ignorante. Siempre izó con orgullo el estandarte en pro de la soledad ante las ataduras. Y el mundo se hizo tan pequeño entonces que vio todo. El mundo era un aleph para ella, libre podía recorrer a su voluntad cualquier rincón, cualquier evento, tal era su libertad que vio cómo cansados pescadores hilaban sus redes de mariposa, o cómo maravillada por la cooperación familiar se creaban babélicas arquitecturas naturales de abejas o termitas, el eclosionar de millones de vidas en una celebración de larvas, la muerte de la vida en verano y el renacer tras la muerte en el invierno, conoció el ciclo de la muerte que empieza por el más grande que muere primero por culpa del más pequeño… Y tras un largo viaje por los rincones que ni el hombre es capaz de imaginar sólo había una cosa que saciara su curiosidad: el hogar, aquel lugar donde se regresa a descansar con aquellos, que aunque no se demuestre en muchas ocasiones, amamos.
Fue entonces cuando realmente conoció a la verdadera muerte. Ella era la muerte. Vio desolación. Austeridad. Vacío… Y nuevamente, muerte. Entonces conmocionada, supo que se avecinaba un nuevo mundo por explorar. Exhausta y por mucho ya olvidada, se dejó caer vencida sobre sus seis patas. Y yéndose ya las últimas luces… se acaba su función.