¿Cuantos años habían pasado? Albert ya no recordaba. Ni tan si quiera se reconocía ya. Ya no era la misma persona. Había perdido esa chispa por la vida. La creatividad desbordada, o más bien la energía desbordada. La música ya no le sabía igual. Su identidad se disolvía, se evaporaba. Puede que aquello fuera una metamorfosis.
Albert siempre tuvo una pregunta en su cabeza: los gusanos de seda, ¿saben en qué se van a transformar cuando se encierran en su crisálida? O por el contrario, ¿es como un renacer? Esto no hacía más que generarle más preguntas: y si fuera un renacer, ¿se acordarían de su retro-vida? Y lo que iniciaba como una simple pregunta se convertía en un doctorado filosófico existencialista.
Exhausto por sus hipotéticas conjeturas terminaba regresando a su pensamiento inicial.
A ratos lo achacaba a un estado temporal de depresión causada por la edad. Otras veces se decía a sí mismo que era un bache, un estado natural de la psique del hombre, ya que en mujeres poco podía compararse.
El caso es que Albert ya no se sentía él. Era algo más ahora. Era algo más ahora que a su vez le hacía ser menos. E irremediablemente le azotó una terrible pregunta por su cabeza: ¿Cómo es posible que sintiéndome algo más ahora pueda ser menos?
Y así sus noches se llenaban de algo más que oscuridad, llevándolo a lugares más oscuros todavía. En ellos era juzgado por el yo que debería ser. Sin piedad. Haciendo que su alma se torturara de forma agonizante. Punzante. Moribunda.
Por fortuna, durante el día su mente se encargaba de otros menesteres dejando su perturbado existencialismo en un status quo. Dicho estatus se basaba básicamente en picos de estabilidad. Así pues, era equilibradamente inestable. Con momentos tan exaltados como de situaciones con profundas depresiones viajeras.
A veces, frente a su computadora portátil, se perdía en su reflejo. Miraba su rostro alterado por el material de la pantalla y por los matices del tiempo. Sutilmente se golpeaba en el reflejo de su ojo, repetidas veces. Tras parar, el ojo parpadeó. Fijó su mirada con asombro, y repitió la misma acción con el mismo resultado. Volvió a repetir el ejercicio pero esta vez el ojo contrario. No pasó nada. Su rostro aparentaba, inesperadamente, algo más jovial en su pantalla. Albert sintió una ligera molestia en su ojo y parpadeó varias veces.
Cuando volvió a abrir los ojos algo había cambiado. Todo era opaco. Estaba en el otro lado de la pantalla, sin embargo él seguía estando ahí, en el otro lado. Atónito, vio a su reflejo sonreír.
“Ya no te preocupes por ahora. A partir de aquí, me encargo yo”, dijo su reflejo.
Completamente incrédulo, sintió una gran liberación. Y suspiró.
Por su mente pasó la remota idea que tal vez, él era un gusano de seda.