El dilema dominó
Las matemáticas nunca se le dieron bien. Uno más uno siempre fueron dos, pero de ahí en más todo se tornaba cuesta arriba. Cuando veía a sus padres no entendía la necesidad de la álgebra, las raíces cuadradas o las sumas y restas de grados, minutos y segundos, si ellos con que el dinero diera para llegar a fin de mes y sobrara un pico más de lo habitual ya la cosa daba para llevar una sonrisa por varios días.
Así que las matemáticas, ahí se quedaron. Suspendidas, en el aire, en un rincón; olvidadas.
Y creció, maduró y se sumergió en el mundo de los adultos. Agarrándose fuerte a la vida y a las ciencias naturales, a su lengua materna y a los idiomas del camino. A la fe en los malos momentos y a la geografía para no perderse cuando se desorientaba. A las ciencias sociales para saber convivir con la gente, y a la gimnasia para saber encajar los golpes. Y al arte que tenía para saber salir adelante y tener qué comer.
Pero de las matemáticas, poco se sabía de ellas. En cuanto se asomaban mínimamente tiraba de ingenio y lo solucionaba de cualquier otra forma.
Lamentablemente un día se encontró con el Dilema Dominó. Por caprichos del destino, entró en una empresa con más amor por sí misma que el que pudiera procesar por sus empleados. Los días festivos sólo podían ser abarcados por semanas completas, y no por días aislados. Lo cual iba en contra de su arte, siempre inestable. Ignorando esta advertencia, solicitó sus más que merecidas vacaciones como días sueltos. Entendía el descanso como un licor reposado, es mejor saborearlo poco a poco y a besitos.
Como cabía esperar se le fueron denegadas. Y en consecuencia decidió negarse a tomar vacaciones, mejor descansaría cuando enfermara. Y así quedó la cosa. Pocos días después surgió una situación que desencadenaría el mencionado Dilema Dominó.
Pese a que su salud era fuerte, requería de revisiones semestrales para que la situación no cambiase. Sabía que tenía que pedir unas horas libres para poder ir al hospital, pero de repente, y sin darse cuenta, las matemáticas le habían tomado por sorpresa.
Si no podía tomarse unas horas, porque ¿para qué iba a trabajar tan poco tiempo? Sí podría resultar que no fuera verdaderamente eficiente en su trabajo, entonces, ¿mejor sería tomarse el día? Pero si no se permitían los días sueltos, ¿lo lógico sería tomarse la semana? Y cuando se quiso dar cuenta, se enzarzó en un dilema en cascada. ¿Realmente estaba obligado a faltar toda una semana por unas horas? Y volvía a hacer sus cábalas y no hallaba solución. Las matemáticas se estaban vengando.
Cuando llegó el día de sus pruebas; perdió su trabajo. Con la angustia en el cuerpo, por tanto darle vueltas a su dilema, se enfermó y le hospitalizaron de lo mismo de lo que se quería cuidar. Y lentamente, mientras estaba en una cama fortificada por tubos, sueros y monitores; las matemáticas, con mirada perversa y sonrisa maliciosa, abandonaba sigilosamente su cuerpo en busca de otros incautos humanistas con traumas numerológicos crónicos por los que ser devorados.