En el jardín de las caracolas, había una flor, bueno en realidad habían muchas flores pero lo que la hacía única a esa flor es que tenía nombre, a diferencia de sus congéneres. Norberto, el jardinero, un día se la encontró casi muerta en una vereda de la carretera nacional, sabe dios ya de donde. La cuidó y mimó, y para alentarla la premió con un nombre con el que darle ánimos. Indil, que así se llamó, sano rápido y extendió sus pétalos para Norberto. Aún después de haber sanado el jardinero siguió llamándola por su nombre, despertando así las envidias de todo el jardín. Pasó mucho tiempo y las cosas seguían como el primer día para Indil. Lo curioso de que las cosas sigan como siempre es porque en breve, dejarán de estarlo. Y así fue, como al día siguiente del día de como el primer día, Norberto, que siempre fue un hombre tímido y recatado, aparecía acompañado de una hermosa mujer colgada del brazo. De pronto, la inocente voz de la mujer pidió con caprichosa dulzura, una flor. Oído esto, todo el jardín alarmado empezó a agachar las cabezas para pasar desapercibidas, pero Indil, curiosa y feliz por Norberto, no lo hizo. La mujer la avistó, curiosa con su atención al viento, y enseguida dijo: “Quiero ésa”. Norberto la miró con tristeza, e Indil sin entender nada fue desterrada. Y así, el jardín de las envidias volvió a ser feliz.
Ilustración para mi hermanica mayor, Silvia, que anda jodida por las envidias.
Sister, para eso lo mejor es coger las maletas y plantarse en otra parte.