A tientas
Regresamos a La Habana
invadidos por la oscuridad. Tras haber resistido al huracán Dennis,
volvimos. Llenos de incertidumbre, atravesamos la espesa negrura con
sabor a ron. Vagas fueron las indicaciones que con desorientados
pasos supimos seguir. Atravesamos un garaje vacío acompañados por
una señora alegre y cautelosa, estaba infringiendo la ley. En medio
de la oscuridad vislumbramos la tenue luz de una candela. Hacía
calor, nuestros cuerpos sudaban, quizás por la carga de nuestras
mochilas o tal vez por la acentuada humedad. La cálida luz iluminaba
el rostro de una niña. Pasamos por su lado saludándola, nos sonrió.
Estábamos atravesando la sala de estar que daba a una escaleras y a
la entrada principal, de ésta última se escuchaba una guitarra y un
ajetreo festivo. Sin embargo, subimos las escaleras. Nos separamos en
dos habitaciones y nos acomodamos.
Al poco rato, y con ropa
fresca nos encontramos en la escalera. En la indefinida oscuridad
descendimos sujetos a lo que intuimos, era una balaustrada. La
música, que procedía del exterior, fue nuestra guía. Finalmente,
atravesamos la sala de estar y cruzamos la puerta. Tras la oscuridad,
luz. Nunca antes unas pocas velas habían iluminado tanto un espacio.
Y desnudos de oscuridad, nos vieron todos. Y todos nos miraron.
Ese instante, que fueron
segundos, no existió silencio incómodo o murmullos desagradables.
Tan sólo los acordes de una guitarra y una voz melódica y de autor
con regustos mediterráneos. Fuimos invitados a compartir, y así lo
hicimos. Nos invitaron a ron y a platicar, porque hablar en esa
situación era ya demasiado vulgar, y porque en Cuba, no se habla, se
platica.
Cerca nuestro había un
alto y escuálido tipo inglés que bailaba con muy descoordinada
gracia, lo que pretendía ser salsa, con una joven. Me pareció bien.
La música se detuvo, y el tipo de la guitarra nos preguntó varias
cosas, ahora no recuerdo bien el qué. Conversamos poco rato, y sin
poner resistencia volvió a raspar la guitarra. Y en la oscuridad:
“Cuando se vaya la luz mi negra...”. Fue entonces cuando lo
comprendí todo. La gente acompañaba a su músico en las letras. Y
yo, y creo que todos los que estaban conmigo, mirábamos creo que
emocionados, la escena. Tan sólo podía seguir con mis ojos al
sujeto mal definido y a su son con mis oídos. De pronto, y sin
darnos cuenta bailábamos con un mechero, tranquilos y ligeramente
sinuosos, dóciles. Al terminar la canción, tuvimos un blues, la
oscuridad y el silencio.
Ya era tarde. Decidimos y
a dar una vuelta y tomar algo por ahí. Nos despedimos con cortesía
y alegría, para no ser menos, para no hacer el feo. A tintas, y
alejándonos de la la tenue luz, alcanzamos la calle. Mejor indicados
atravesamos la calle y descendimos hacia el Malecón. Perdiéndonos
así, en la negra mulata que es la verdadera noche cubana; que sólo
a tientas y con manos exploradoras consigue uno orientarse en ella.
Este texto, lo debía desde hace mucho, a mí mismo. Quizás lo vuelva a revisitar y le haga unos arreglos o lo amplíe. La memoria y el romanticismo es selectivo. Haciendo justicia a este post.
No hay comentarios :
Publicar un comentario