Los movimientos antinaturales. Las manos represoras. El frío.
Apretaba los puños con toda la ira con la que un ser de semejante tamaño e indefenso podía hacerlo. La cuerda, su seguro, no estaba funcionando y su destierro era inminente e irreversible. Al sentir su pie. El hecho de sentirlo, le estremeció. Fue por ello que sacando fuerzas de flaqueza, intentó en balde resistir ante aquel enemigo imbatible. Las manos que lo amarraban, le dañaban. Sufría por primera vez, le hacían daño. Y agarrándose desesperado a cualquier cosa que hubiera a su alrededor, se resistía. Sin embargo, no había nada que hacer. Sus extremidades empezaban a destemplarse. El pánico le tenía invadido, estaba a punto de verse desterrado de su hogar.
Finalmente, exhausto, cedió, se dio por vencido. Abrigado por el inhóspito frío, empezó a notar como le ardían los pulmones. Los ojos se le resecaban rápidamente y por ello se vio obligado a cerrarlos dejándole ciego. Agitando inútilmente contra el viento sus puños para defenderse de su agresor. No articulaba ningún ruido ni palabra. No sabía dónde se encontraba ni mucho menos cómo reaccionar.
De repente, siendo consciente de golpe, estalló en llanto. Sintió el dolor. Sintió el frío. Sintió que sentía. Y fue entonces que se dio cuenta de que acaba de nacer. No podía hacer otra cosa más que llorar, llorar y llorar. Su llanto desgarrado nadie lo podía calmar por más que lo intentaran.
Sabía que tarde o temprano iba a morir inevitablemente.