Lágrimas fugadas
Llorar ya no significaba nada. Sus lágrimas habían perdido su valor. Ahora eran una moneda de cambio para obtener el perdón. Como un niño que entrega su poca dignidad entre lágrimas por un juguete o un capricho. Ahora ya no tenía valor su vida. Sus lágrimas habían perdido la poca dignidad que le quedaba.
Sus lágrimas ahora reflejaban la desesperanza. El vacío de un corazón convirtiéndose en un agujero negro devorando la felicidad, las caricias, los besos, el calor, la seguridad, la luz...
Sus lágrimas se habían vuelto indignas porque representaban todo aquello que se había prometido no ser. Eran indignas porque le mostraban débil ante el mundo. Indignas porque le descubrían todo aquello que se había esforzado por ocultar y hacer creer inexistente.
Pero ante todo le dolía, no saber volverlas a controlar. Sus miedos eran ya tan grandes que no podía controlarlos, no podía dominarlos, ni someterlos. Se había vuelto débil y sus temores se habían convertido en todopoderosos titanes. Y ya no podía volver ser quien fue.
Y por cada río de salado mar que se precipitaba al vacío, sabía que ya nada iba a volver a ser igual que antes, sin importar el final que le esperara.
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