1 de octubre de 2019

Soledad

Hay algunas puertas que son abatibles. Siempre me dieron miedo, ¿sabias? La emoción con que las abres es la misma con la que se cierran. Son puertas que se han de abrir con cuidado, mas no significa que no se tenga que hacer... De cualquier modo, la soledad, siempre se va a encontrar en ambos lados, no importa en qué extremo te encuentres siempre existirá ese hueco que deja la curiosidad de saber, e incluso la posibilidad de poder saborear, lo que hay del otro lado plagado de “y si...” y otras tantas desviaciones de la realidad. Pero es la soledad quien nos permitirá adentrarnos en lo desconocido, más allá del umbral de esa puerta. La soledad es la llave que nos acercará a lo que quisimos, queremos, ¿querremos? Es el medio silencioso por donde comunicarnos lo que pudo haber sido, sin miedos a nada ni a nadie, porque en la soledad no hay nadie, ni ojos curiosos, ni amantes celosos solo la nada y el silencio como mensajero confidente.

Yo en soledad me pierdo más allá, en desnudez, soy la llave, descubriéndome como me conoces. Entregado a la relatividad, donde no hay nada más que mi existencia. Perderme en la nada y arrodillarme buscando en aquellas cartas que nunca recibí pero que en este lado de la puerta aún existen. Perderme en las consecuencias de lo incorrecto y embriagarme de melancolía. Volver a sentir, oler..., doler..., arder.

Sentarme en mi escritorio completamente en silencio y escribir mensajes postales certificados. Deshuesados, sinceros. Cargados y después descargados. Terminar agotado, quedar vacío, deshinchado. Purgado. Quedar completamente sudado sobre mi silla giratoria, libre de cualquier pecado que pudiera existir en mí al haberlos cometido todos.

Y volver patizambo a la puerta. Cruzarla. Vestirme de nuevo. Ser el escondite de mi propia llave. Y volver a abrir para volver a abrirte, soledad, siempre que lo necesites.

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