Siempre vuelvo porque nunca fui
A estas alturas, el Averno y Virgilio me importan muy poco. Camina conmigo.
de Fhil Navarro 0 comentarios
Te despiertas un día y el mundo ha cambiado. Abres los ojos y ya no eres más un niño. No pasa de golpe, ocurre con calma, lánguidamente. A veces son las rodillas, otras las resacas. En ocasiones el trabajo, otras las facturas. Pero eso es lo normal, es tan natural que ni te das cuenta. Yo hablo de cuando te cae el veinte, de cuando dices: "Mierda, a mi no me prepararon para esto".
Y es ahí cuando te dices que ya nada volverá a ser como antes. Entonces sientes que una carga te oprime el pecho, la conocerás como ansiedad y te acostumbrarás a ella. Llegará el insomnio, los madrugones involuntarios, el desánimo y la falta de inspiración. Y ahí estarán un rato.
Lo bueno es que se termina pasando, bueno se termina disimulando, porque pasarse pasarse no se pasa realmente. Levantas la alfombra y consigues ignorar la situación. Y con bastante éxito, la verdad. Y vuelves a reír, a dormir bien, a crear un cosmos nuevo,... Todo se vuelve a colocar nuevamente en su lugar/no-lugar.
Y así podrá seguir para siempre, o no, cada quién tiene una ruta de viaje distinta. Lo que no va a cambiar nunca es que tu mundo cambió. Y cambiará. Y volverá cambiar. Y los cambios son lo único constante que tenemos.
Afortunadamente, también puedes cambiar la forma en la que enfrentas el cambio. La ansiedad siempre llega en algún punto, y te va a tumbar. Pero también podemos cambiar cómo nos levantamos de la lona. Y un día despertarás, y aceptarás que tu mundo ha cambiado. Y que está bien que ese niño descanse por fin.
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