Violentas
Fue cuando cayó la última hoja del otoño cuando le sonrió al viento y le contaba que la primavera ya estaba al llegar. Dos días después la primera flor había brotado de entre las ruinas del antiguo santuario. Eran violetas, como las que en su día decoraban el paseo hacia la entrada de éste. Una tarde se encontraba sonriendo al sol mientras recogía unas cuantas para hacerle una corona a su hermana que le vistiera y le hiciera justicia. Mientras las enumeraba y las recogía, rodeada de la devastación que se eregía a su alrededor. Fue en algún instante que fue agarrada por sorpresa y puesta a salvo cuando una azada negra segaba el violáceo campo dejando un rastro de lágrimas de sangre. A los pocos minutos las flores se murieron en sus manos, había llegado el invierno. A los jinetes del tiempo les gustaba destruir lo bello, y eran pocos los ángeles que se atrevían a levantar lo que destruían, a menudo sólo podían proteger a los pocos supervivientes del holocausto final. La niña le besó en la mejilla y éste marchó. Esa noche la niña lloró de tristeza. Al cabo de una semana, en un día de verano, se encontraba jugando en el santuario con las lagartijas cuando rodando por el suelo se topó con los pies de un jinete. La nña se puso en pie y en un principió se asustó. Pronto sintió pena del jinete que tenía el alma llena de perversión, por lo que le hizo que se arrodillara y le besó en la mejilla. La niña cayó inerte en unn lecho de violetas. Las lagartijas huyeron despavoridas y el jinete rompió a llorar haciendo brotar violetas de sus lágrimas negras.
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