En el desván
Hola. Me llamo Erik Lynch. Tengo once años. Hace dos semanas, asesiné sin remordimientos a mi familia. Bajé las escaleras como siempre. Eran las dos de la madrugada, y era sábado. Primero decidí ir a por mi hermanita pequeña, pues siendo la más débil sería un buen entrante. Reconozco que me sentí muy bien viendo cómo con sus manitas delicadas luchaban contra una fuerza superior, anhelando un poco de aire. En realidad me caía bien, pero viviendo en mi familia estaba abocada a ser como ellos. Después de ver caer sus bracitos exhaustos, pensé que ya que había empezado era absurdo terminar tan pronto. Sólo tuve que dar unos pasos más. Y con ese pequeño esfuerzo me hallaba en frente de mi hermanito mayor, y por esa cualidad tuve que ser algo más drástico con él, debo de aclarar que tampoco se merecía menos. Cuidadosamente le até pasando una cuerda por debajo de la cama, no muy fuerte, sólo unas cuantas pasadas, lo justo para retenerle en su sobresalto. Y una vez todo dispuesto, cogí el bate de béisbol de acero que él me regaló hace una semana por mi cumpleaños y empecé a arremeter contra él. Los golpes contra su sien eran secos y mudos. Las cuerdas ejercieron su función y cinco golpes fueron suficientes para teñir el juego de sábanas. Al marcharme tuve que ir con cuidado para no tropezar con mi hermanito. Le siguieron mis papis. Fue lo más divertido. Me hallé en una controversia. ¿Cómo les quito la vida sin que me pillen? De repente mi bombilla se encendió. Subí a mi habitación, y cogí el hacha que papá perdió hace un año. Frente a su cama y subido a una silla le cercené la cabeza a papá, en clase no dijeron nunca que tuviéramos tanta sangre en el cuerpo. Que más da. Mamá se despertó suavemente, hasta que percibió la escena. Se quedó sin palabras. Buenas noches familia.
Yo me retiré a mi habitación, el desván. Y aquí sigo desde entonces. Mis papás por alguna burda razón guardaban una despensa enorme.
Hace dos semanas y tres días, me despertaron unos fuertes golpes en la ventana. Me desvelé. Eran las seis de la mañana, y hasta las ocho no tenía que ir al cole. Me levanté, y abrí el tragaluz. Dos cuervos aturdidos cayeron. Estaban un poco maltrechos, así que decidí cuidarles. Por alguna extraña razón me producían simpatía. Ese día fingí estar enfermo. Funcionó. Por la tarde ya estaba bueno.
Por lo que me fui a buscar unos ratoncitos al granero. La cacería fue fructífera. Al segundo día había agotado las reservas.
La noche del segundo día, tuve un sueño revelador. Por gracia divina mi subconsciente pensaba mientras descansaba mi cuerpo. Y me mostró la solución a todos mis problemas. Tan sólo soñé una imagen, pero fue más que suficiente. Un pájaro negro comiéndose un ojo.
El tercer día, debatí conmigo mismo.
Hace dos semanas llegué a la conclusión.
Hace una semana subí por fin el cuerpo de mi papá al desván con la ayuda de unas cuerdas y unas poleas que había en el granero. Lo puse en pié, y aún me pregunto cómo lo hice para que no volviera a perder la cabeza. Encendí la grabación. Una de las tantas que hacía cuando iba al pueblo. Y como reacción, los dos avechuchos se abalanzaron sobre papá y aterrizando en el suelo empezaron a picotearle los ojos.
Hace dos días quedaba más bien poco de mi papá. En lo alto, en las vigas, han hecho un nido.
Ayer acabaron con todo lo que antes fueran mis papás y mis hermanitos. Mañana iremos a jugar al pueblo.
5 de junio de 2007
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