La historia de Gerjo
Las llamas ascendían por lo alto de las colinas. Gerjo se asomó fisgón a la ventana vencido por la curiosidad, a pesar de que se le había prohibido. Todo el poblado estaba revolucionado. Una gigantesca y blanda bola, una inmensa masa de cúmulos cenicientos emergían del refugio de la montaña. El niño vio como tres carretas cargadas de hombres adultos partían hacia el monstruo gris. Alejó su vista de la partida y observó entusiasmado el espectáculo. Papá se marchó en el cuarto y último carro. Éste le sonrió mientras la carreta partía, Gerjo también lo hizo a la vez que se despedía con la mano. El padre se dio la vuelta y no volvió a girar la vista. Cuando la carreta hubo cruzado el umbral del pueblo, el muchacho ensimismado vio cómo el cielo se tornaba negro, eclipsando al mismo sol invadido por cientos de puntos negros. Pocos instantes después se descubrieron como dragones. Algunos planeaban raso y otros aterrizaban con agresividad flameando su aliento sobre las rústicas fachadas. El pánico se extendió por todo el pueblo. Los más jóvenes con algunos hombres al mando salieron a enfrentar a los dragones. No pretendían ganar, no podían. Asustado, Gerjo fue arrastrado de la mano por su madre, se dirigieron al refugio subterráneo. Atravesando el pétreo marco de la entrada del refugio, Gerjo pensó en padre y soltó a madre; echó a correr. La madre se volteó y al girarse vio como un dragón se interponía entre ella y su hijo que seguía corriendo. Un hombre agarró a la madre y la introdujo en el refugio gritando y llorando. La puerta se cerró.
Gerjo seguía corriendo. Hacía calor y el ruido que emitían los dragones eran escalofriantes, tras sus pasos rugían los fulgores de las llamas y el seco sonido de algún que otro mordisco al aire. La entrada del pueblo se encontraba ya cerca cuando tropezó con la colosal cola de un dragón blanco. Gerjo se levantó como pudo, se palmeó las piernas y sus rodillas ensangrentadas. Miró hacia atrás por primera vez y se encontró con una gigantesca cabeza de dragón de escama marfil, mostrando su teñidos dientes. Torció bruscamente la cabeza y empezó a correr yéndose en ello la vida. El dragón giró hacia Gerjo derruyendo todo a su paso con su cola y haciendo temblar todo el pueblo. El niño salió del pueblo y se introdujo en el bosque, siguiendo el camino que tomó su padre, mientras el dragón de marfil le seguía el rastro. Bajó el ritmo cuando se sintió guarecido por la sombra de los árboles. Pero el dragón no parecía interesado en cesar su búsqueda y empezó a incinerar el bosque.
Cuando el muchacho se dio cuenta de lo que sucedía reinició su marcha siguiendo el camino de las carretas. Sus piernas no le ayudaban a avanzar y cada vez más el dragón blanco volaba más bajo pudiendo percibir las profundas inhalaciones que el rastreador emitía. Seguía veloz hasta que el camino se convirtió en un río de sangre y fuego. Las cuatro carretas se encontraban astilladas y tronchadas en cientos de pedazos, los cuerpos de los hombres se hallaban, la mayoría, desmembrados y el olor a carne humana chamuscada invadía el ambiente. Gerjo se mareó y echó a llorar. Anduvo patizambo y desorientado mirando todos los rostros, buscando en todos ellos algo familiar. Inesperadamente un rugido estremecedor descubrió a Gerjo abriéndose paso con el batir de sus alas. El niño se tiró al suelo y se hizo un ovillo sujetándose las piernas con sus brazos mientras agazapaba la cabeza sin detener su llanto aún teniendo sus ojos cerrados. El dragón se abalanzó sobre el muchacho cuando de repente una voz gritó “¡Gerjo!” y al abrir los ojos vio como un hombre lo agarraba como si de un fardo se tratará y se lanzó a correr en la dirección de las carretas. El dragón de marfil enfurecido, exhaló su aliento tras los pasos de sus fugitivas presas. Los perdió tras el desvanecimiento de su humo.
Por fortuna, el final del bosque no había sido alcanzado por el dragón y pudieron salir de él. El hombre tornó la vista y contempló arder el pueblo, y a los dragones mezclándose con la columna de cenizas tan oscura como el crin de un caballo. Marfil atravesó la columna divisándoles y forzando al máximo las membranas de sus alas se precipitaba hacia ellos. Presto en su reacción se escondieron tras una inmensa roca pulida que aparecía como por arte de magia en medio de aquella pradera de flores de fuego.
Sobrevoló su escudo y aterrizó en pleno descampado con mirada desafiante. El hombre cubrió tras de él al niño y avanzaron hacia al dragón. Al primer paso rugió mostrando sus teñidos dientes con restos entre ellos, pero eso no interrumpió su paso. A pocos metros de la bestia de marfil ésta ingirió aire y expulsó una tremenda flama que impactó en la espalda del hombre que se tornó para cubrir a Gerjo. Antes de gritar de dolor le susurró al oído “No tengas miedo…”. Cuando el aliento se desvaneció, Gerjo, al moverse quebró la escultura calcinada de su protector, su padre, habiéndole cubierto con un manto de cenizas. Sollozando, mientras sus lágrimas surcaban por sus mejillas mostrando su piel en un rostro invadido por los días grises; continuó andando hacia el dragón. Éste miró desconfiado, y no reaccionó hasta que sus miradas se encontraron. El reptil volvió a inhalar y acto seguido el niño se abrazó a su cabeza. Sorprendido, el dragón lloró, y sin reparar en lo que estaba haciendo él y el niño explosionaron. Los dragones negros subieron por la columna de humo y se dispersaron sobre el firmamento en distintas direcciones. Gerjo salió disparado sujeto a la cabeza del dragón a la que poco a poco se iba separándose de ella. Finalmente, inconciente, aterrizó sobre un campo de flores de fuego que quemó sus ropas y cauterizó sus heridas mezcladas con la sangre del dragón.
El jaleo despertó a Gerjo, en cueros, se vio rodeado por la gente del refugio y los mayores de su pueblo. Se puso en pie torpemente. Todos le miraban, sus miradas presentaban asombro y miedo. Gerjo se sintió muy observado pero no entendió la razón hasta que volteó la vista hasta su espalda y descubrió que tenía alas. Atónito, flaqueó y cuando apoyó sus brazos en el suelo soltó un eructo acompañado con una pequeña flama. Todos se asustaron y alzaron las armas, la madre corrió hacia Gerjo, pero este asustado extendió sus alas e instintivamente alzó el vuelo hacia los cielos. Pocos lo volvieron a ver como un niño.
La historia de Gerjo cuenta que se convirtió en el líder de los dragones, siendo el más respetado, pues en sus venas corría sangre de la realeza. Dicen que amparó por la paz entre los hijos de la tierra y los reptiles del cielo. Nunca se supo de su paradero, algunos dicen haberlo visto volar de una a otra punta del continente. También se dice que para garantizar la seguridad de los hombres, pero otros en cambio defienden que en su lánguido vuelo por lo ancho de sus vastas regiones busca aquello que lo vuelva a convertir en humano y, poder así, volver a sentir el calor que ni las llamas más ardientes de la tierra le pueden otorgar.
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