1 de octubre de 2007

Penumbra

Todo era paz. El silencio acataba las órdenes del tiempo y permanecía inmóvil. La luminiscencia del cuadro rompía la quietud de la insomne tarde, cansada. Sobre la cama me sumí inerte ante todo. Ya fueran los estallidos del tiempo retrógrado, que en las calles gritaban por un paso libre, o los espíritus que en mi entorno, en distintas frecuencias a ésta, mi existencia, susurraban sobre mi permanencia impasible ante ellos, ante todo. Fui testigo por vez primera del tiempo, percibí cómo era devorado por éste. Acurrucado en el centro de mi lecho, desprovisto de imaginaria protección me quedé feto. La habitación empezó a sumergirse en las tinieblas. El cuadro cesó su luz. Yo, expectante a la nada. Y todo se volvía penumbra; no era luz, mas tampoco era oscuridad. De lo que podía apreciar nada parecía real y sin embargo lo que sucedía tenía repercusiones. Cerré los ojos y me adentré como un Dante sin guía al infierno de mi mente. Los círculos se precipitaban bajo mis pies y yo descendía sin comprender un regreso posible. Asumido en lo que creí ser mi perdición una luz blanca hizo zozobrar a la oscuridad y me exorcizó de mí mismo. Volví a la superficie de mi cama y sentí como mi cuerpo se había enfriado y entumecido; había estado muerto. Fueron varias las veces las que me hundí en mis infiernos y una menos la que fui rescatado.

Sólo los bisbiseos del otro lado devolvieron mi cuerpo a la vida; pero qué vida, si yo me encuentro entre ellos.

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