Fermín, siempre, desde pequeño había soñado con viajar a su planeta natal, donde todos son como él, de color azul pálido y enormes ojos oscuros. No entendía porqué le habían puesto el nombre de su abuelo, si no se parecía en nada a su abuelo. Deberían haberle puesto entonces un nombre propiamente propio, que no tuviera nadie que fuera rosa.
Su rareza le había convertido tempranamente en actor de cientos de spots televisivos, más tempranamente aún en sujeto de cientos de experimentos científicos, también fué niño traumatizado en el colegio y bicho raro en cualquier lugar al que iba. Incomprendido de nacimiento.
Pese a una infancia tan ingrata, Fermín salió adelante, y a sus cuarenta años el "hombre turquesa" poseía ya fama mundial, todo tipo de merchandising, una marca de ropa, una cadena de supermercados de electrodomésticos, había liderado su propio movimiento político, y ahora, por fin tenía su propia película.
Habían invertido tres largos años en rodar y montar el largometraje, se preveía un bombazo. Habían empapelado la ciudad de carteles en los que salía guapo y emitido hasta la saciedad los trailer que prometían la agridulce historia de ser azul en un mundo rosa. Por fin Fermín iba a ser lo famoso que merecía, iba a tener su propio oscar para resarcirse de tanta incomprensión.
Era la noche del estreno, Fermín se había puesto su traje de chaqueta. Ya le parecía escuchar los aplausos, sonreía frente al espejo, atisbó una micra de felicidad azul, preveía sentir más durante el cóctel de después de la proyección, volvió a recitar de memoria las palabras que tenía preparadas para Eva. Corrió una lágrima azul por su mejilla azul.
Salió de casa a coger un taxi, fuera diluviaba, cogió aire antes de salir del portal, como si la lluvia fuera mar y él fuera a bucear. Al levantar la mano para llamar al taxi se dio cuenta de que la lluvia caía azul a través de ella. Abrió aún más sus ya enormes ojos negros, el color rosado de su mano, se miró la otra, igual. En el suelo se formaba un charco turquesa con la misma forma que tienen los charcos de sangre en las novelas policíacas. Corrió a mirarse al retrovisor de un coche que estaba aparcado. Cuando por fin se lo pudo creer sopesó esconderse dentro de una alcantarilla para siempre, no, un taxi, y cuando avistó uno se puso delante sin darle tiempo a frenar.
Texto de Inés Sanchez Nadal
(o lo que viene siendo un Crossover).