Personas I: Pedro
Era tarde-noche en Tlatelolco. Las distancias mal calculadas me obligaron a caminar hacia un metro que ignoraba su lugar; sabía que la zona no era la idónea para ir caminando pero me daba igual... Avanzaba sin música, tan sólo atento al sonido que me rodeaba. Los mendigos me mendigaban sin esperanzas. Pronto me di cuenta que uno se me estaba acercando persiguiendo mis pasos. Por mi cabeza pasaron mil situaciones, mil pensamientos. Se me puso hablar con timidez. Su voz era suave, se le veía joven. Me pidió acompañarme hasta la alameda, acepté; aún no sé porqué. Pedro, era aunque siga siendo, un joven de treinta cuatro años que aparentaba veintidós, originario de Sinaloa. Como tantos otros había venido a la capital en busca de prosperidad, los que estamos en la capital sabemos que no hay más prosperidad que la que está lejos de la urbe. Hablaba tranquilo, pausado, como si las palabras las fabricara antes de pronunciarlas como si las leyera torpemente. Nunca temí que me hiciera algo, dentro de su aspecto sucio y raído él en ese momento era curiosidad, inocencia e ignorancia. Yo en cambio era comedido y cauto. Anduvimos juntos y nos perdimos, era curioso como la gente nos miraba, y más extraño que pidiéramos indicaciones o más bien que él me acompañara en lo que yo pedía indicación. Me contó sus metas, quería ser mariachi, ganar dinero y ayudar a su familia, creía poder prosperar rápidamente... espero que así haya sido. Finalmente, conseguimos llegar a la alameda y se volvió a preguntar mi nombre de nuevo, creo que intentando no olvidarlo. Luego me preguntó si tenía celular, le dije que no. Nos despedimos cordialmente estrechándonos la mano y él me dio la espalda con las manos sin números con los que volverme a ver.
Yo anduve cabizbajo pensando en la de personas que me iba a encontrar en mis viajes, y en cómo me influenciarían. Luego una sonrisa se me dibujó en el rostro porque pensé que había hecho algo que no debía si hubiese sido sensato, pero nadie contó con que dejé la sensatez en una caja antes de partir.
Yo anduve cabizbajo pensando en la de personas que me iba a encontrar en mis viajes, y en cómo me influenciarían. Luego una sonrisa se me dibujó en el rostro porque pensé que había hecho algo que no debía si hubiese sido sensato, pero nadie contó con que dejé la sensatez en una caja antes de partir.
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