Cerrar los ojos y soñar es algo que nos gusta hacer despiertos. La fantasía, no es de los niños, no de esos sabios bajitos (que muchos los menosprecian llamándoles, esos locos bajitos) sino de esos niños encerrados en sus ajustadas celdas de carne. Esos que cuando están solos, cierran los ojos apretándolos fuertemente e intentando, como si aún fueran Peter Pan, inventar un mundo, moldear una realidad tan frágil que un1 simple parpadeo derrumbarían. Y angustiados, rebuscan entre los trastos intentando encontrar eso, que ya han olvidado como niños encarcelados. Los sistemas de prioridades de los eventos y de las cosas se trastocan, sumergiéndolos en la búsqueda. ¿Qué buscan? Lo que perdieron es algo obvio. Encuentran retazos de sueños, sentimientos, primeras veces, miedos y qué curioso, sueños. Dando tumbos por la memoria. Barco a la deriva. Barco que deriva en un1 naufragio. Naufragio donde se sumergen recuerdos perdidos, miles de personalidades hundidas. Víctimas de un niño. Un sabio, que supo a qué aferrarse y de qué alejarse. Un sabio, que de sabiduría sabia era la savia de su vida. Qué lástima que el árbol de la vida fuera marchito por el de la ciencia. Y al abrir los ojos, emergen. Ascienden y agarran todo lo que pueden evitando perder algo valioso, pero no se puede con todo. Y al salir a la superficie, ya no son quienes eran al cerrar los ojos, tampoco son los sabios bajitos que eran. ¿Qué son entonces? Victimas concientes de una1 realidad con la que se toparon demasiado tarde como para reaccionar ante ella. Y al parpadear por primera1 vez, luchan por ser quien no son sólo porque el desorden de un1 cambio cambiaría el orden de un1 orden que entienden por estable y sólido. Y apenados, andan a la deriva, derivando en seres inexpresivos de miradas baldías, lágrimas secas y personalidades incompletas por fragmentos incompletos de un1 collage personal.