25 de junio de 2006

Natural

El enfrentamiento era inevitable. Ante el ejército de enredaderas se levantaba una inmensa mole de piedra solemne, hogar de las ortigas salvajes y espinos. El ascenso fue iniciado, y mientras las enredaderas avanzaban en su lenta pero segura subida, las ortigas y espinos se formaban y se unían creando una barricada que pudiera contener al invasor. Llegada la noche el encuentro era inminente. A la medianoche, con la luna en lo alto de la bóveda constelada se levantaron y entraron en enmarañado combate. Los arañazos se sucedían entre duros forcejeos y las pequeñas ortigas se aferraban retorcidamente a las enredaderas dejándolas a merced de los espinos. Al alba, con el primer rayo de luz la batalla cesó. No había habido victoria, tan sólo un paso cortado por una majestuosa escultura orgánica.

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