18 de febrero de 2020

Autosuficiente

Autosuficiencia

A la tercera arcada, se despertó. Era de madrugada, de las más frías que se recordaban. Él estaba sudando, las sábanas estaban empapadas y las mantas mojadas por la condensación. El cuarto eructo gutural le enderezó sobre la cama. Una bola sobre el corazón, después entre sus pulmones se iba deslizando sobre su esófago hacia la boca, era un peso en forma de ansiedad. La quinta arcada se lo llevó al piso, de rodillas y con sus manos postradas en el suelo. La bola hinchaba su garganta. Finalmente, casi dislocando su mandíbula, entre lágrimas, eructos profundos y respiración atragantada, vomitó sobre el piso de su habitación una bola amorfa en un charco de babas aún colgando de su boca, lágrimas y bilis.

La vio, por momentos borrosa por el esfuerzo, por momentos invisible entre la oscuridad. Una bola de cosas, una pequeña bestia dentro de él mismo, alimentada por los años de egoísmo, narcisismo, vanidad, de falsa autosuficiencia y sobretodo de ignorancia...

La bola empezó a estirar unos pequeños brazos hacia él, intentándolo agarrar. Como pretendiendo volver a él, a su padre. Asustado, el muchacho, saltó hacia atrás y empezó a recular hasta la pared. La bola, su hijo, empezó a posar las manos sobre el suelo y comenzó a arrastrarse hacia él, empezando a jadear por una boquita que cada vez se hacía más grande. El rastro de fluidos mostraba claramente que iba avanzando hacia él. Un pequeño ojo brillante se abrió mirándole fijamente, mientras avanzaba, mientras jadeaba.

Empezó a llorar aterrado. Las manos ya habían alcanzado a sus pies y en poco tiempo ya estaba trepado sobre él, jadeante, babeante, dirigiéndose hacia su lugar de origen. El chico estaba totalmente paralizado, aterrado, desencajado y llorando sin parar de forma muda...

Su bola, ya estaba sobre su pecho, y sus manitas ya acariciaban su barbilla. Mirando la bola, a un palmo de distancia de su boca, se vio inmerso en el momento más oscuro de su vida; un hilo de aire agónico brotaba de su boca. En ese momento las manos de esa cosa ya estaban abriendo su boca hacia los extremos. En ese instante, de aquel tenue hilo de aire surgió, al fin una palabra: "Ayuda". Y entre intensas lágrimas volvió a repetir, en esta ocasión con más fuerza: "¡Ayuda!".

La bola ya se estaba empezando a meter en su boca cuando unos pasos apresurados entraron en la estancia y encendieron la luz. En ese preciso momento, la bola se deshizo sobre él, y empezó a llorar desconsoladamente.
Los mismos pasos apresurados se acercaron a él, y lo abrazó. Puso su cabeza sobre su pecho y empezó a calmarlo acariciando su pelo, y con total tranquilidad y dulzura le dijo: "¿Por qué te has tardado tanto?".

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