22 de febrero de 2020

Depresión

El agua se le introduce en la boca en tragos amargos de sal buscando un aire que no alcanza a colarse. Sus brazos chapotean entre las olas intentando encontrar una calma, una estabilidad que no existe a su alrededor. Pasa más tiempo escupiendo agua que cazando oxígeno. Y al mismo tiempo, otra ola traicionera la sumerge nuevamente. Han pasado varios segundos hasta que ha podido volver a salir a flote. La sal se le mete en los ojos y apenas es capaz de abrirlos para ubicarse, pero lo intenta. El pelo tampoco ayuda; viene otra ola.

Vuelve a salir a la superficie, cada vez exhala más de lo que respira. En un descuido, el mar, le da el tiempo suficiente para ver el destello de un faro en la distancia. Quizá eso sea su única opción. En un instante una ola la levanta mostrándole una vista aérea de la costa para después, no soltarla, y arremeterla contra el agua. Contra la densa profundidad del mar. Contra el fondo del mismo. Rueda. Se ha lastimado, seguro que se ha lastimado. Como un instinto animal, posa los dos pies en un instante sobre el fondo marino y toma el impulso que le ayuda a ascender.

La luna se esconde tras el oleaje. Pero ella, no la luna, surge de entre las aguas, tosiendo, jadeando, exhalando. Comienza a nadar como puede. Ni siquiera sabe si está en la dirección correcta, pero no puede perder más tiempo pensando. Otra ola la embiste, la sumerge, la hunde, la aplasta contra el lecho marino de piedras, algas y esqueletos de moluscos.

Su cuerpo se ha quedado quieto sobre la arena. Se sacude bruscamente e intenta tomar impulso hacia la superficie. Pero ya se ha quedado sin fuerzas y asciende sin suficiente fuerza. Se detiene lentamente a medio camino. Su cuerpo se ha quedado suspendido. Levita entre dos mundos. Aún no se duerme, pero ya tampoco está despierta.

El mar, la sacude nuevamente. Consigue despertar, y sus únicas fuerzas las gasta en abrir los ojos. Una sombra la arrastra hacia el fondo, contra un lecho de algas. Aquí se acabó todo, no puede estar pensando otra cosa. Otra sacudida la vuelve a agitar, siente una presión en la muñeca. Mira con esfuerzo, está ascendiendo.

El reflejo de la luna se quiebra con dos cuerpos salpicando a su alrededor. Empieza a toser, a vomitar agua, y finalmente a jadear. Parece que el mar le ha dado una tregua. No es que ya no haya oleaje, simplemente y por el momento, el mar no intenta ahogarla.
Pero no está nadando, flota pero no nada. Por fin se ha percatado que no está sola. Voltea a su izquierda y descubre una silueta oscura que la sostiene. No es que sea un ser fantasmagórico ni nada de eso, es que la luna no la alumbra lo suficiente.

Se queda callada, mirando. Intentando descubrir algo de quién la mantuviera a flote. 

–Gracias".– Consigue decir finalmente.

–Tranquila, todo va a estar bien. Vamos hacia la costa. No sé si lo logremos, pero por lo menos sabes que no estás sola. Lo difícil empieza ahora.– Su voz se siente cansada pero firme.

Parece que el mar conoce sus planes, y da por finalizada la tregua. Desde el oscuro horizonte se escucha el rugir de una bestia que se aproxima.

–Vamos, juntos lo conseguiremos.– Sentencia la silueta.

Su afirmación le insufla fuerzas; empiezan a nadar.

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